Inacción Social

V ivimos en una sociedad en la que constantemente nos llega información que indica que el mundo va mal: la contaminación nos está matando, hay personas padeciendo injustamente hambre, guerras o enfermedades. Y lo peor de todo, es que recibimos el mensaje de que es nuestra culpa. Nosotros, los seres humanos, estamos contribuyendo con nuestras decisiones a que el mundo se vaya al traste.

¿Cómo recibimos una verdad tan cruda?

Lo habitual es protegernos con un razonamiento que en ocasiones es realista y en otras no. Somos realistas entendiendo que la acción individual respecto a un problema amplio y complejo tendrá una repercusión limitada sobre el mismo, pero es irracional creer que nuestras acciones no contribuirán a nada, porque la verdad es que existe una gran incertidumbre respecto al alcance futuro de cualquier cosa que hagamos. De hecho una pequeña acción crece en su impacto si puede servir de ejemplo a otros para que la repitan. Es en la educación (tanto en adultos como en menores) donde se establecen valores que pueden ser clave para el futuro de una sociedad. Así por ejemplo, si un adulto decide reciclar o mirar las etiquetas de los alimentos y explica a su hijo por qué hace eso y la importancia de hacerlo, su hijo absorberá dicha información, siendo probable que la incorporé a su repertorio de conducta futuro.

Los adultos son los modelos que los niños siguen y por lo tanto a los que buscan parecerse. Son las actitudes de los padres, más que sus palabras, las que determinan el comportamiento de sus hijos. De nada sirve decirle a un niño que hay que respetar a las personas con problemas, si cuando el padre pasa por delante de un indigente le trata con desprecio, siendo su hijo testigo de ello.

A lo largo del día tomamos innumerables decisiones basadas en lo que nos apetece en el momento, sin valorar lo que es mejor para nosotros. Nos encontramos frente al dilema que sufre un adicto cuando tiene su droga delante: cuando se la toma se lo pasa genial, se relaja y se olvida de todo, pero a medio/largo plazo le puede generar una dependencia que le hunda personalmente. Trasladado a nuestra vida, votamos a favor de políticas que mantienen un sistema disfuncional, porque es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer; compramos alimentos producidos en condiciones de explotación y maltrato, porque son más baratos e incluso más sabrosos; somos testigos de una injusticia y nos callamos, porque cada uno tiene que solucionar sus propios asuntos, etc. Nuestra droga son las excusas y éstas, aunque no queramos verlo, traen siempre consecuencias negativas.

¿Por qué adoptamos esta actitud?

La cultura occidental fomenta enormemente el individualismo y la competitividad. Lograr el éxito personal, sobresaliendo por encima de los demás, es lo que nos dará la felicidad. Y en este camino hacia dicha felicidad pensamos en nosotros mismos y quizás en nuestras personas más cercanas, pero más allá de la valla que rodea nuestra casa, no nos importa nada. Mientras lo que ocurra fuera no nos salpique directamente nos da igual. Recibimos noticias de que las plantaciones de soja y de palma están llevando a la deforestación masiva de la Amazonia (el pulmón del mundo) y de selvas tropicales de Indonesia; somos conocedores de las condiciones inhumanas, a las que se somete a animales en granjas industriales; conocemos el gran efecto contaminante de los combustibles fósiles; etc. Pero todo esto no nos lleva a consumir de forma más responsable, porque no vemos las consecuencias negativas a corto plazo. Negamos lo evidente, como si no tuviésemos la capacidad cognitiva de anticipar o prever, parece que hayamos perdido hasta la capacidad humana de empatizar.

Olvidamos que nuestro hogar es el planeta, aquí es donde todos nos encontramos. Todos, seres humanos y otros seres vivos, convivimos en un mismo lugar y por tanto nos afecta lo que aquí ocurra. Afecta a nuestro bienestar global el estrés de la gente que nos rodea, la contaminación en el aire y en los alimentos, la desigualdad de género, la deforestación de los bosques y las guerras.

¿Qué consecuencias tiene la inacción social?

Estas actitudes individualistas generan en gran medida desconfianza, porque no esperamos que las personas de nuestro alrededor vayan a hacer algo por nosotros si lo necesitamos, lo que a su vez nos lleva a ser menos generosos. Aparece entonces un círculo vicioso en el que cada vez hay menos cooperación. Cuando tu vecino, tu compañero de trabajo, o el político de turno se queda inmovil frente a tus necesidades sociales/laborales, aparecen sentimientos de soledad, desesperanza e incluso decepción.  Esperamos que los demás se muevan por nuestras causas, pero cuando nos toca hacerlo a nosotros, escurrimos el bulto. Y es que, no es justo ni maduro exigir a los demás algo que nosotros no damos.

Nos centramos unicamente en nuestras necesidades inmediatas, obviando lo que le ocurre al otro y olvidándonos de que juntos llegamos más lejos, de que es la unión la que hace la fuerza. La fuerza necesaria para cambiar aspectos de la vida que no nos gustan o que nos dañan, que pueden ir desde un cambio en una medida de tu trabajo, hasta bajar los niveles de contaminación o combatir la desigualdad de género. Para que se dé la unión es necesario que haya reciprocidad en actitudes como el respeto o la implicación.

Por supuesto, es muy complicado encontrar a una persona cien por cien congruente, ya que por una u otra razón caemos constantemente en contradicciones. No se trata de hacerlo todo perfecto, sino de ser conscientes de nuestra capacidad de impacto en lo que ocurre a nuestro alrededor y de las consecuencias que pueden tener actitudes como el pasotismo o el delegar responsabilidades. Es importante que cada uno de nosotros ponga su granito de arena, porque el mínimo esfuerzo merece la pena. Mirar las etiquetas de los alimentos, reciclar, intentar llevar un consumo responsable, informarse o ayudar a alguien, pueden ser pequeñas acciones que aunque no de forma inmediata, te reporten grandes beneficios en el futuro.

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